domingo, 14 de agosto de 2011

El progresivo abandono del campo tiene efectos beneficiosos para los animales salvajes, que recuperan terrenos que la presencia humana les ha ido arrebatando

El corzo, el ganador de la despoblación
Este pequeño ungulado herbívoro, austero como pocos, huidizo como el que más, tímido hasta la enfermedad, ha colonizado zonas en las que no se le vislumbraba desde mediados del siglo pasado
Que el mundo rural se queda sin gente es una perogrullada. Por mucho dinero que se invierta en fomentar el regreso de los jóvenes a los pueblos, por muchos euros que se destinen a eso tan cursi que se ha dado en denominar “fijar la población”, lo cierto es que irse a vivir a un pueblo no es el ideal de la mayoría de la gente. Está bien para pasar las vacaciones, o unos días alejados del bullicio de las ciudades. Pero eso no es el día a día. Y la mayoría, cuando lo sufren en sus carnes, se ven sin fuerzas para soportar la dureza que es la vida en un núcleo urbano pequeño y relativamente aislado.
Este progresivo abandono del campo tiene, como contrapartida, efectos beneficiosos. Para los animales salvajes, claro, que poco a poco van recuperando terrenos que la agricultura y la permanente presencia humana les fueron arrebatando.
Y entre todos estos, el corzo es el más significativo. Este pequeño ungulado herbívoro, austero como pocos, huidizo como el que más, tímido hasta la enfermedad, ha colonizado zonas en las que no se le vislumbraba desde mediados del siglo pasado. Amplias comarcas de Valladolid, por ejemplo, o del Oeste peninsular, ven con asiduidad la figura de este cuadrúpedo de blanquecino trasero y amarronado pelaje. Acostumbra a vivir en los sardones y montes cerrados, en zonas de paramera, cerca de un cerral que le permita acceder a valles tranquilos y aislados. Apenas necesita agua, porque es capaz de extraerla de la hierba y de los brotes de quejigos o encinas que consume. Suele vivir en pareja, y cada vez que se descubre una hembra en el campo -a la que se distingue por su cornamenta pequeña-, es cuestión de esperar con paciencia a que aparezca el macho.
Se caza en verano, cuando los cuernos están en plenitud y las hembras ya han parido, y con el comienzo de la media veda, empieza el periodo de tranquilidad para la especie. Y es una caza especialmente interesante. Por su timidez y recelos, acercarse a él es imposible, y soñar con un rececho, algo poco menos que imposible. Hay, por tanto, que encontrar la fórmula para que sea el cuadrúpedo el que invada el terreno del cazador. Y ahí habrá de ser la inteligencia del humano la que se imponga al instinto del animal. ¡Y que gane el mejor!

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