martes, 10 de enero de 2012

Ladrones de ostras

Los robos en los viveros del delta del Ebro ponen en guardia a los productores, que han contratado vigilantes

Los cacos pueden llevarse un botín de 2.000 euros en 10 minutosApenas pueden tardar 10 minutos en llevarse más de 2.000 euros de producto si lo venden al por mayor. Los ladrones de otros botines alimentarios, como algarrobas o naranjas, tendrían que trabajar durante horas para conseguir tal ganancia. Igualmente al aire libre y sin cercos que veten el acceso, el de las ostras es un cultivo más glamuroso y, en esta época de paro, mucho más codiciado que cualquier fruto agrícola.


Los guardas de campo, durante una vigilancia. JOAN REVILLAS
Patrulla 8 La barca de vigilancia, entre las bateas de la bahía de El Fangar, días atrás. JOAN REVILLAS

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Información publicada en la página 31 de la sección de cv Sociedad de la edición impresa del día 29 de diciembre de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
El precio, además, se ha disparado en los últimos años, debido a la caída de la producción a raíz de episodios de mortandad ocasionados por algún virus. Y escala aún más llegados a esta época del año, la cima de la comercialización anual: Navidad y Año Nuevo. El productor puede cobrar entre 2,20 y 3,20 euros por un kilo de ostras, que alcanza entre los 5 y los 7 euros en el mercado.
Claro que, para ser ladrón de ostras, como los que merodean en estos días de alta actividad navideña por los viveros en el delta del Ebro, hay que tener mucha más especialización que para llevarse unas naranjas. De hecho, hay que ser tan avispado que los propios productores sospechan que el ladrón que últimamente ha perpetrado robos en los cultivos marinos de la bahía de El Fangar forma parte de su propio colectivo. Pero solo si cazan in fraganti al caco podrán comprobar si su intuición anda afinada, y para ello han contratado un servicio de vigilancia tan particular que el área a controlar está en medio del mar. Hasta que concluyan las fiestas, el control se efectúa sin interrupción durante las 24 horas del día.
Un golpe desde dentro
«Yo creo que tiene que ser un experto», afirma Joan Fabra, de Deltebre. Como la mayoría de los productores como él -una treintena en total en la bahía, que produce 50.000 kilos de producto, de los que aún siguen en el mar 10.000-, sostiene que para robar ostras hay que conocer donde están plantadas de entre una maraña inmensa de cuerdas distribuidas entre más de 70 bateas en las que mayoritariamente hay mejillones. En cada batea puede haber 1.000 cuerdas, pero pocos conocen cuáles son las de ostras y cuáles las de mejillón. Además, para trasladar los 700 kilos de ostras que se llevaron en el último asalto, unas 70 cuerdas, resultaría conveniente tener una plataforma de carga más que una barca al uso, que no soportaría el peso.
Miquel Carles, otro de los productores de la asociación de mejilloneros de El Fangar, apunta que «para un profesional, por no decir un compañero, es tan fácil como coger las ostras, que en este último robo ya estaban en el saco dispuestas a ser trasladadas a la depuradora, y simplemente cambiar la identificación y sacarlas tan tranquilamente, incluso al día siguiente».Los vigilantes contratados aportan otra posibilidad: «Se pueden cortar las cuerdas y simplemente poner las bolsas en la propia mejillonera», señalan. Pero es arriesgado. Algunos productores conocen sus cuerdas, a pesar de que cualquier extraño juraría que no observa distinción alguna.

Con todos estos datos, Manel Domínguez y Raúl Favà, los dos guardas de campo, tienen algunas pistas para seguir al menos una vía de investigación. De otra forma, su labor sería bastante más ardua. En plena noche, prefieren observar las mejilloneras desde tierra. Los casi tres kilómetros de longitud por los que se distribuyen las bateas, por un kilómetro de ancho aproximadamente, son muchos para un par de prismáticos. El silencio es para ellos su mejor arma. Cualquier motor, por discreto que fuera, delataría al delincuente. Por ello prefieren no entrar con su barca de noche. A no ser que haya una alarma. «A veces nos ha sucedido que había alguien navegando entre las mejilloneras y ha resultado ser algún pescador», señala Manel.
El efecto de la crisis
El mar no tiene puertas. Así que la cosa suele ser aún más complicada en verano. Entonces, en la época de los mejillones, son muchos más los que disfrutan de una noche de navegación al fresco, y las doradas se acercan a las bateas a comer. El tránsito complica la vigilancia. Pero ahora, en las frías noches de invierno, como mucho merodea por la zona algún productor que, como años atrás, opta por quedarse a dormir en la caseta encima de la batea para evitar sustos. «Antes era más normal que se quedaran; en los últimos años, no tanto, porque si había hurtos eran de pocas cantidades. Pero ahora, con la crisis, la cosa se ha disparado», asegura Carles.

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