jueves, 10 de noviembre de 2011

GUARDAS DEL CAMPO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

En unas disposiciones de la autoridad gubernativa de la provincia de Jaén, correspondientes al año 1852 y publicadas en dicha ciudad por la Imprenta y litografía de Medina, se reproduce la normativa que en 1849 pretendía regular las funciones de los guardas del campo, tanto de fincas particulares como de montes municipales en toda España. Hay que recordar que, en esas fechas, anteriores a las leyes desamortizadoras de 1855, los concejos eran propietarios de fincas muy extensas dedicadas al pasto, carboneo y a otros aprovechamientos forestales. Es de interés todo lo relativo a los guardas o guardias municipales del campo. No deja de percibirse en su redacción el estilo ordenancista del moderantismo gobernante  en esos años.Los requisitos para ocupar un puesto de este tipo eran sencillos: tener entre 25 y 50 años, no ser de una talla inferior a la exigida para el servicio militar y poseer una constitución robusta, no contar con limitaciones físicas que impidiesen el correcto desempeño del puesto, saber leer y escribir "siempre que sea posible", ser de buenas costumbres además de hombre de buena opinión y fama. Se exigía el no haber sufrido nunca penas aflictivas ni expulsado del ejercicio de alguna plaza de guarda municipal o jurado, además de no tener propiedad rural ni ser colono o ganadero. 
La autoridades tendrían especial celo en perseguir determinadas infracciones y malas conductas de los guardas como "embriagarse, concurrir a casas de mal vivir, asociarse o tratar con personas de mala conducta o mala nota, jugar a juegos prohibidos en cualquier tiempo y a los permitidos en horas de servicio" o dedicarse a cazar y a pescar descuidando las obligaciones del puesto. Tampoco se toleraría que tuviesen las armas sucias y mal conservadas, al igual que el correspondiente distintivo. Éste era una placa de latón de cuatro pulgadas de largo y tres de ancho con el nombre del pueblo en el centro y alrededor el lema Guarda del campo, bien a la vista y enlazado en una banda ancha de cuero. Lo del armamento es digno de mención: debían ir por los montes, tanto los de a pie como los de a caballo, pertrechados con carabina ligera, bayoneta y canana con diez cartuchos de bala y vaina para la bayoneta. Los que iban montados añadían, además, nada menos que un sable como los que se usaban en la caballería ligera que iría pendiente de cinturón y tirantes de cuero. No debe resultar extraño que los guardas fueran armados hasta los dientes pues los montes y los despoblados del XIX era un medio peligroso por el contrabando, el bandolerismo y los lobos.

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